En el año 2005 el gobierno neuquino de Sobisch contrató sin licitación y por decreto secreto un Plan de Seguridad. La principal beneficiaria fue la empresa Damovo SA (presidida por Manuel Requejo García, amigo de Macri). El futuro Jefe de Gobierno de la Ciudad Autónoma estuvo en el lanzamiento del Plan, que fue también el de su alianza política con Sobisch.
Hace dos años el diario Río Negro presentó un recurso de amparo para que los contenidos del decreto se hicieran públicos, lo que acaba de ocurrir.
Los detalles de esta cara amistad, en el Río Negro de hoy.





































Aunque habitualmente no leo en detalle el New York Times, cuando me erncontré con esta nota de uno de los norteamericanos más ricos proclamando que él y todo su grupo social ya habían sido beneficiados por los recortes de impuestos por demasiado tiempo, no pude menos que prestarle atención.

El artículo no se limitaba a mostrar lo escandaloso de las cifras (admitiendo que él pagaba proporcionalmente mucho menos impuestos que sus empleados). También se ocupaba de demostrar con tablas históricas la falacia de que, si se le aumentan los impuestos a los ricos, se perjudican las inversiones y la creación de puestos de trabajo.

Por contraste, este millonario y filántropo excéntrico dejaba al desnudo la ignominia rastrera de los políticos que estuvieron debatiendo cuánto iban a exprimir a su pueblo con los recortes presupuestarios y -de paso- a qué velocidad iban a arrastrar a su base económica al abismo de la recesión, que nosotros conocimos hace diez años. Pero ni demócratas ni Republicanos discutieron por otra cosa que los detalles de grado; ni una voz se atrevió a cuestionar el dogma de que, ante la crisis de la deuda pública, el Estado debía recortar sus gastos.

Y no se trata de la carencia de voces autorizadas (Krugman, Stiglitz) que invocar, ni de referencias históricas (Roosevelt, Argentina misma) de salidas de otras crisis estimulando el consumo (disminuyendo la pobreza) en lugar de lo que están haciendo. Es -por si hacía falta- la confirmación de que en el sistema político norteamericano lo que no está corrupto está muerto.

Para remachar el clavo, mientras los colegas súper-ricos de Buffet le respondían con un estruendoso silencio (no supe de ninguna respuesta polémica), sus equivalentes franceses tomaban la oportunidad de mostrarse patrióticos y solidarios con una declaración de su disposición a pagar una tasa impositiva especial para capear la crisis.

No se trata de hacer el panegírico de ninguna supuesta "conciencia social responsable" de unos u otros capitalistas, sino de ver que, aún dentro de una misma clase, puede haber más de una lógica en la defensa de sus intereses. Y que mientras una es capaz de generar una estrategia en la perspectiva de preservar al sistema, otra se aferra al dogma del máximo beneficio al más corto plazo. Aunque eso signifique despeñarse en el caos a paso firme.

Esta ilustración fue hecha para una nota de hace un tiempo, pero creo que esta es una buena ocasión para postearla.
La nota hace una especulación atendible sobre la recurrencia al pasado como apoyatura para la política presente; una práctica muy frecuente.  Para contrastar, menciona la asunción de Frondizi y los escritos de Alberdi, tras la caída de Rosas, por su apelación al futuro. 
Hilando un poco más fino, podríamos señalar que ambos (cada uno en su rol) fracasaron por no representar el proyecto de por lo menos alguna de las fuerzas sociales actoras de su momento histórico.

Es decir, cuando todavía no está resuelta la cuestión del Poder, entendido como el modelo de desarrollo que una clase consigue hegemonizar sobre otras (construyendo un bloque histórico junto a otras clases subordinadas que encuentran su lugar en ese modelo) no es extraño que se apele a líneas de continuidad ideológica con un pasado que brinde el arquetipo con el cual identificarse.
Y la apelación ideológica tiene un papel más relevante cuando ese proyecto ni siquiera consigue todavía ser completamente asumido como propio por la clase supuestamente beneficiaria de él. 
Un viejo problema de sociedades dependientes como las nuestras -prácticamente organizadas desde el exterior- en las que la burguesía industrial no llega a constituirse como clase autónoma, saliendo de la sombra de la burguesía agropecuaria.
De ahí el carácter bonapartista de todas las representaciones políticas, quienes a menudo terminan pedaleando en el aire, abandonados a su suerte por las fuerzas sociales que los acompañan sólo hasta la puerta del cementerio.

Sin embargo, en el largo plazo, la perspectiva no tiene por qué ser pesimista. Los cambios históricos han ocurrido y -pese a la dureza de los intentos retroactivos forzados- no han podido ser suprimidos. Aunque no ha desaparecido la negativa a derivar una parte de la renta agrícola hacia la industria cada vez tiene menor capacidad de seducción. 
Y no, precisamente porque los supuestos "capitanes de la industria" hayan alzado su voz claramente ante cada imprecación troglodita lanzada desde la tribuna ruralista sino, más bien, porque una "mayoría silenciosa" de las clases subordinadas (quienes viven de su trabajo, del valor agregado y su circulación en el mercado interno) no come vidrio en el momento de tomar una decisión en el cuarto oscuro. Queda para el arte de la política seguir sieendo un vehículo adecuado para canalizar ese proycto y no dejar que la tentación burocrática o individualista termine convirtiendo al vehículo en un obstáculo.
La ya prolongada crisis del Capitalismo en los países centrales de la economía "globalizada" tiene como subproducto ideológico el ascenso a los extremos en la retórica política. Aunque sería más apropiado hablar del descenso hacia la barbarie por parte de los publicistas de la derecha y los medios de comunicación masiva. 
Así, cualquier intento de sostener la protección social de la población en riesgo (es decir: de cobrar impuestos a los más ricos) es desaforadamente atacado como un intento de imponer supuestas dictaduras comunistas.
Cuando ese terrorismo mediático prende en individuos los suficientemente lábiles como para actuar en defensa propia contra el "peligro inminente", asistimos a episodios desastrosos como la masacre noruega o el movimiento norteamericano del "Tea Party" que, con menos espectacuradidad aparente, está generando hechos de gravísimas consecuencias; como arrastrar al Partido Republicano a una política irresponsablemente suicida cuyos efectos -a mediano plazo- se harán sentir a escala mundial.

Por eso es interesante registrar la producción intelectual de sectores "paleoconservadores" capaces de confrontar la realidad social desde su propia óptica, pero sin caer en los delirios del ala extrema.
Esta nota registra las advertencias de Evgeny Morozov (un exiliado de la Belarus pos-soviética) contra la idealización del poder transformador democratizante de las redes sociales cibernéticas. Frente al entusiasmo generado por las "revoluciones Facebook" de Túnez y Egipto, este columnista de Foreign Policy nos recuerda que, para que esos movimientos populares se pusieran en marcha, hubo antes razones materiales de súbito encarecimiento de los alimentos y desempleo de sectores laborales calificados (generados -no lo olvidemos- por los desequilibrios de la especulación financiera). Por la misma razón critica la ingenuidad con la que fueron encarados las "revoluciones de color" contra regímenes como los de Irán y la propia Belarus, los cuales también fueron capaces de emplear las redes sociales para detectar y detener a sus opositores. 

Lo que no dice (pero queda implícito en su planteo) es que esos regímenes autoritarios mantienen un cierto grado de seguridad social estatal frente a la amenaza desintegradora que significa la apertura irrestricta al capitalismo financiero que prometen los evangelistas de la libertad.