No me cayó bien el encargo de esta ilustración para esta producción. Yo hubiera preferido dibujar a Mitre, histórico representante de un porteñismo egocéntrico y librecambista, incapaz de concebir al Estado como articulador del conjunto de la Nación; ni siquiera al modo burgués dependiente de Roca, que al menos fue capaz de asignar una participación subordinada al resto del país. Pero no había perspectiva histórica esta vez, sino análisis psicológico del malhumor de la clase media con el gobierno, exclusivamente.

De modo que encaré el trabajo sin entusiasmo y sólo me permití agregar un par de detalles para mejorar mi estado de ánimo. Ni siquiera pensaba publicarlo en el blog. Pero la serie de incidentes violentos con los cronistas de la televisión pública y la respuesta burlona de muchos kirchneristas hacia lo minúsculo de la convocatoria cacerolera me impulsaron a agregar algunas reflexiones.

Hasta  ahora, el gobierno y sus partidarios parecen haber reaccionado bien a las provocaciones violentas. Notablemente, D'Elía optó, esta vez, por pedir que nadie se acerque a confrontar con los manifestantes. La postura predominante parece ser la de creer que si no se le hace eco, la algarada acabará agotándose en su propia intrascendencia. Es posible que así sea, al menos en cuanto a esta metodología.

Sin embargo, algunos datos que han surgido me llevan a pensar que los episodios de este tipo continuarán sucediéndose de uno u otro modo. Si estos datos son ciertos, por detrás de estos estallidos de apariencia espontánea existe una estrategia política definida para llegar al Poder mediante la imposición de un clima de hostilidad permanente. Como en las técnicas de tortura y los experimentos de laboratorio con la privación del sueño, se trata de que el sujeto pierda la noción de la realidad, dejándole como única prioridad la urgencia por lograr un poco de descanso.
No se busca que las capas medias se vuelquen hacia un candidato opositor por lo atractivo de sus propuestas o lo seductor de su imágen. Se trata de que la vida se les haga tan insoportable bajo el "régimen" que les "provoca" el estado de vigilia permanente, que terminen aceptando pasivamente cualquier salida que se les ofrezca.

Es una estrategia de mediano plazo que fue experimentada entre nosotros por primera vez contra el gobierno de Yrigoyen. Comenzó con las patotas de "cajetillas" que salían a "cazar rusos y maximalistas" durante la semana trágica de 1919 y se continuó con otros focos aislados, como la Patagonia, para culminar aprovechando los primeros coletazos de la crisis capitalista del '29. Bastó entonces que se sumaran algunos medios (Crítica) y voces moralmente incuestionadas ("La hora de la espada" de Lugones) para que un minúsculo movimiento militar depusiera al presidente, ante la pasividad de la mayoria que lo había votado masivamente apenas dos años antes. La situación se repitió con variantes en todos los golpes sucesivos.

La objeción obvia a este planteo sería que no existen hoy en día sectores militares capaces de ponerse en marcha para la aventura golpista. Pero no hace falta; la estrategia actual no pasa por ahí sino por la fantasía de una "rebelión digital" usando las "redes sociales". La posibilidad de derrotar electoralmente al kirchnerismo ya fue comprobada en las legislativas de 2009 y no se necesitó mucho más que un buen manejo de los medios de comunicación y -el punto crucial- algunas acciones torpes del propio gobierno.

El punto fuerte del gobierno, hasta ahora, ha sido su capacidad de reaccionar positivamente a las encerronas saltando por sobre las tapias de sus propio programa de capitalismo keynesiano, con medidas de ampliación de derechos ciudadanos (jubilaciones, asignación universal) y de recuperación de la soberanía económica del Estado (Aerolíneas, YPF). Esperemos, pues, que continúe en esa dirección, atacando los núcleos "duros" del enquistamiento financiero: el sistema ferroviario, el energético, el crediticio, el hipotecario, etc. Quién sabe, tal vez algún día sea posible blanquear y poner en caja las groseras rentas no declaradas que tantos años de "laissez faire" nos dejaran de herencia.

Vale siempre recordar la advertencia con la que Marx comienza el 18 Brumario: "Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas por el pasado. La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos."
Nunca fui un fan de Bradbury. Pero en abril tuve que recordar su convincente metáfora en Fahrenheit 451, cuando se armó un barullo por la sorpresiva restricción a la importación de libros y revistas. Si bien el gobierno posiblemente estaba buscando ahorrar algunos billetes del balance comercial, la inverosímil excusa invocada fue la de controlar el ingreso de impresos con tintas tóxicas. La realidad es que mensualmente llegan toneladas de revistas no vendidas (principalmente de Europa) que son ofrecidas por debajo de su costo.
Para colmo, estaba por inaugurarse la Feria del Libro de Buenos Aires (con la expectativa de más de un millón de visitantes y compradores), de modo que el gobierno fue acusado de poner en riesgo el futuro de la cultura y la ciencia en el país.
Al final, el director de la Biblioteca Nacional, Horacio González, salió a calmar las aguas publicando una entretenida carta abierta en la que advirtía que no había que confundir una medida comercial con una guerra a los libros en el estilo de Fahrenheit 451. Guillermo Moreno levantó las restricciones a los libros de uso personal y la tormenta se desvaneció.