Ayer, 27 de agosto, se cumplierion 18 años de la desaparición física del "Polaco". Hacía varios años que quería dibujarlo, pero no encontraba el tono. Hasta que un post del excelente blog Troesmas, con viejos trabajos del gran Carlos Nine, me dio la pauta.

Mi infancia y juventud transcurrieron en una vieja casa de la calle Manuela Pedraza, casi esquina con Roque Pérez, a escasos doscientos metros del hogar de mi ilustre tocayo en la calle Melián. Sólo estábamos separados por la Avenida del Tejar, renombrada por los autismos políticos como Ricardo Balbín.

La distancia cultural, sin embargo, era mucho más ancha. El Polaco estaba plenamente identificado con su barrio de Saavedra (aunque para los tecnicismos catastrales ambos figuráramos en Coghlan) y los tablones de la perdida cancha de Platense, de Pedraza y Cramer. Frecuentaba los bares de la zona (como otros artistas míticos del barrio: Edmundo Rivero, Lino Spilimbergo o mi maestro, Aurelio Macchi) y desde allí se proyectó a la fama nacional y más allá.

En cambio, ni mi abuelo materno, un esforzado "cuentenik" (vendedor a domicilio) inmigrante judío ni mi madre, siempre soñando con una frustrada carrera de cantante lírica, me hablaron nunca del tango ni de Platense. Al modo de Borges (ejhm) crecí sabiendo más de Historia y de Beethoven que de mi barrio. De modo que a los 12 años decidí por mi cuenta que mi equipo era el Calamar y a los 21 que mi música era el tango. Uno de mis primeros modelos de cantor fue Goyeneche, pero no fue sino hasta poco antes de mudarme que me enteré de su vecina existencia. Lamentablemente, cuando junté coraje para ir hasta su puerta, estaba durmiendo la siesta.

Así que no me queda más que compensar lo irreparable mediante una recuperación mítica del pasado no vivido. Quede pues, este testimonio melancólico  como homenaje al ilustre "Polaco", a Platense y a mi infancia saavedrina como hubiera sido lindo que fuera.
Un conocido apotegma atribuído al economista (Nobel) Simon Kuznets contrapone irónicamente los casos especiales de Japón y Argentina a los tipos generales de países desarrollados y subdesarrollados (el primero es una potencia sin tener condiciones naturales y la segunda, teniendo de todo...bueno). 

Pero una escritora mexicana cree haber mejorado la apuesta: la pequeña Botswana (un desierto con diamantes) se independizó en 1965 y viene creciendo al 9% anual desde la nada, mientras Argentina retrocedió desde los mejores puestos de ingreso per cápita hace un siglo hacia el puesto 51 o 55 actual

La causa de estos desarrollos cruzados sería la estabilidad institucional y la economía abierta del país africano versus la inestabilidad y cerramiento nuestros. Lo que equivale a preguntar qué fue primero, si el huevo o la gallina. 

Para el caso de Botswana, puede leerse aquí una colorida crónica de los méritos que desplegaron el jefe Khama y sus sucesores para librarse del destino de subordinación al racismo sudafricano. Si la sabiduría de esos jefes los preparó para la independencia, no era suficiente para garantizar su desarrollo. Para ello resultó una feliz coincidencia que su subsuelo poseyera las minas de diamantes más ricas y que la empresa monopólica de éstos -De Beers de Sudáfrica- ya no estuviera en manos del cruel Cecil Rhodes sino de la liberal familia Oppenheimer, opositores al Apartheid. 

Para sintetizar: De Beers hizo el país, compartió la empresa con el Estado y preparó alternativas para cuando los diamantes se agoten. También presionó para correr a los bosquimanos San (el grupo más cercano al origen de la Humanidad) de arriba de sus minas. Pero ese detalle es para otra discusión. La de ahora es si el éxito de Botswana se explica por su liberalismo (donde el Estado posee el 50 % de su riqueza) y el retroceso argentino por su cerrazón y desprecio por las instituciones liberales.

El tema es tratado con extensión en un volumen de aspiraciones omnicomprensivas que es el nuevo best-seller académico en EEUU, de nombre "¿Por qué fracasan las naciones?" (Why nations fail?). La tesis, que podríamos llamar institucionalista, sostiene que las causas de la prosperidad no son las condiciones naturales ni la cultura (en ese sentido se aleja del fatalismo) sino sus instituciones jurídicas y económinas. La idea es sencilla: las instituciones pueden ser extractivas o inclusivas. Los países que prosperaron son los que en algún momento pasaron de unas a otras y las que no lo hicieron fracasaron.

Argentina ocupa unas cuantas páginas del enorme volumen de comparaciones. La principal fuente bibliográfica sobre nuestro país es el conocido texto del historiador David Rock. He tenido la oportunidad de traducir los capítulos referidos a nuestro país y no pude menos que insertar unos cuantos (sic) ante errores notorios. Por ahora baste decir que el resumen explicativo es que nuestra primera expansión fue conducida por una élite egoísta (extractiva) que se abrió poco y tarde (ley sáenz Peña) y fue reemplazado por un régimen cerrado (el Peronismo) que no respeta las instituciones ni los contratos. Una explicación simple que recorta la historia estructural y social a su conveniencia. No hay allí explicación del Menemismo neo-liberal, ni del Corralito (¿peronista acaso?) ni, claro, de la Corte Suprema actual.

Pero, ya se sabe, no hay que permitir que las complejidades de la realidad arruinen la belleza de una tesis simple que explica todo, ni más ni menos.