Esta ilustración para las notas sobre el libro de Hernán Dobry no es del todo realista. Ya que gran parte del libro está dedicada a los desaparecidos de origen judío que no respondían, precisamente, a los cánones religiosos. Pero es difícil imaginar otro símbolo más reconocible para el tema.
No he leído el libro, pero de lo que dicen las notas, puedo puntualizar tres asuntos:

1) Los cálculos que el autor hace son aproximadamente los que hago yo. Grosso modo, se puede decir que la cuota calculable de desaparecidos judíos multiplica varias veces la de su proporción en la población argentina de la época (en diferentes proporciones, según tomemos en cuenta la cifra simbólica de 30 mil o la registrada de 9 mil). No considero que esto por sí mismo sea el índice del antisemitismo que campeaba en las fuerzas represivas. Que existía, sí, y se manifestaba en la argumentación que se usaba para el "ablande" de los torturados. Más bien indica la fuerte presencia de jóvenes judíos en los sectores sociales medios y universitarios. Y existía, claro, una vaga idea conspirativa sobre la influencia judía en las grandes potencias, basada en la libre circulación de literatura antisemita en las escuelas de oficiales.

2) La cuestionada actitud de la dirigencia comunitaria de la época; en particular , la del presidente de la DAIA, N. Reznisky. Dado que en 1976 estuve vinculado a las instituciones, supe que cuando N.R. acudió a las autoridades para rescatar a su hijo secuestrado (nada menos), fue increpado por el Gral Harguindeguy (Min. de Interior) por la cantidad de "subversivos" provenientes de agrupaciones juveniles sionistas a las que consideraba "un primer campo de entrenamiento de guerrilleros", A cambio de soltar a su hijo se le exigió "silenciar" a esas agrupaciones y "gestionar" la "buena voluntad" de las instituciones judías norteamericanas, a las que el régimen atribuía (por ese antisemitismo tradicional ya apuntado) gran influencia en el gobierno del Norte. Se trata de un dilema político, pero no me parece que constituyera parte de un plan antisemita sistemático que denunciar como tal. Aunque no resulte estratégicamente conveniente afirmarlo. Y esta confusión ideológico-cultural del régimen tiene que ver con que el punto siguiente fuera tolerado.

3) El libro rescata la actuación del periódico Nueva Presencia y de su director Herman Schiller. Me parece justo y ya me había ocupado de ello en ocasión del homenaje brindado por la Legislatura y la colocación de una placa recordatoria (inmediatamente "desaparecida", casualmente) en la puerta del edificio donde se editaba. Sólo quisiera agregar que el significado epocal del periódico fue más allá de ser una voz de denuncia y vehículo para las organizaciones de Derechos Humanos. También fue un impensado refugio para algunas vanguardias culturales y para debates políticos agudos, como los que encabezaron Carlos Brocato y María Seoane (respectivamente, cuestionador y defensora de los fundamentos de la lucha armada). Aunque no comparta la ubicación política elegida por Schiller tras la caída de la dictadura, no puedo menos que reconocer la línea recta en la que se mantuvo hasta hoy. Lo que lo señala como un "rara avis" en el actual panorama del periodismo-espectáculo, oportunista y "operativo", predominante.


































Ilustración para un artículo de agencia que cuenta cómo China está desplazando a EEUU como actor del comercio global (sobre todo en América Latina, Africa y el Sudeste Asiático).

Este dibujo ilustra una nota que resume otra del New York Review of Books sobre la historia y el alcance del espionaje de la NSA (National Security Service) revelado por Edward Snowden.
La nota original empieza reconociendo que en los días siguientes a la publicación de los documentos las ventas del clásico "1984" de George Orwell se dispararon como un cohete. Pero en seguida el articulista trata de atemperar el ambiente apelando al nivel más elemental de lectura de la metáfora orwelliana:
Por supuesto, los EEUU no son una sociedad totalitaria y ningún Gran Hermano la gobierna, como lo demuestra la difusión del reporte de Snowden.
Si fuera tan fácil identificar el curso hacia una sociedad totalitaria, décadas de sofisticación tecnológica y de ingeniería social habrían pasado en vano. Es posible que la era de los dictadores primitivos y grandilocuentes esté superada, pero la ambición de control no ha disminuido  lo que es más: contra la versión común vulgarizada, Orwell no estaba pensando sólo en el régimen estalinista cuando escribió la novela. Según una carta previa a la publicación, también era consciente de lo peligroso del poder concentrado en Wall Street:
Hitler pronto desaparecerá, pero sólo a costa de fortalecer a: 1) Stalin, 2) los millonarios americanos e ingleses y 3) todo tipo de pequeños “fuhrers” al estilo de De Gaulle.