El sociólogo Sebastián Pereyra hizo una tesis de doctorado en París sobre  el periodismo de investigación en la Argentina de los '90. Aunque refleja el auge que ese género tomó por entonces, uno de los aspectos estadísticos interesantes que encontró fue que la mayor parte de las denuncias de corrupción no se originaron en investigaciones periodísticas, sino entre los políticos desplazados de las propias coaliciones gobernantes.
De todos modos, el periodismo como motorizador de las denuncias (y su variante espectacular, el escándalo) adquirió un protagonismo inédito:
A partir de los 90, y ésta es una de las cuestiones que más me sedujeron a la hora de investigar, se muestra claramente cómo el periodismo se transforma en un actor político legítimo sobre la base de una paradoja: porque desde la propia actividad el periodismo se define a sí mismo como fuera de la política pero luego, de hecho, se convierte en un actor de primer rango en la escena política.
Quien mejor comprendió y expuso el perjuicio que provoca el discurso omnipresente sobre la corrupción fue Martín Caparrós, con su advertencia contra el "honestismo": si sólo vamos a hablar de la corrupción, terminamos invisibilizando las diferencias entre las opciones políticas que afectarán nuestro futuro:
O sea: si este mismo sistema estuviera administrado sin la menor fisura, habría –supongamos– un tercio más de recursos para hospitales y escuelas, y los pobres tendrían un poco más de gasa y un poco más de vacunas y un poco más de tiza –y los ricos seguirían teniendo tomógrafos y bypasses al toque y computadoras en el aula. Quiero decir: si todos los políticos fueran honestos, todavía tendríamos que tomar las decisiones básicas: en este caso, por ejemplo, si queremos que haya educación y salud de primera y de segunda, o no. Si queremos que un rico tenga muchísimas más posibilidades de sobrevivir a un infarto que un pobre, o no.
Recomiendo leer toda la compilación de notas (incluyendo desgrabaciones propias) que Eva Row hizo del tema.

Finalmente, mi reflexión historizante: si las denuncias periodísticas adquirieron protagonismo en los '90 fue porque la dictadura universal del capitalismo financiero había convertido en irrelevantes las diferencias entre opciones políticas. 
Entre nosotros eso se empezó a palpar desde que Raúl Alfonsín tuvo que aceptar la renuncia al programa económico de Grinspun con el que había llegado al gobierno. Carente del respaldo interno (peronismo) y externo (fracaso del Club de Deudores), los bajos precios agrícolas -y la consecuente escasez de dólares de respaldo- lo dejaron inerme ante las corridas (golpes) implementados por el sector financiero incubado por la dictadura cívico-militar. Desde entonces su gobierno fue retrocediendo en chancletas intentando contener los ataques con tímidas iniciativas de privatizaciones "prolijas" (plan Terragno). 
Lo que por entonces no comprendía(mos) era que lo que se buscaba no era un "mejor clima de negocios" sino el desastre y el pánico para anular todo viso de autonomía de los políticos e -inclusive- del capital productivo transnacional (plan Bunge y Born). La llegada de Domingo Cavallo (tres hiperinflaciones mediante) coronó la victoria completa del capital financiero.
Convertido el poder político en mero gerente de gestión económica del sector financiero (FMI, Consenso de Washington), el periodismo (de izquierda, Página 12) canaliza las protestas fragmentarias de los sectores perjudicados (empleados estatales con salarios congelados, desocupados de las industrias liquidadas) por el único flanco de receptividad pública: la corrupción. El periodismo mayoritario (La Nación, Clarín) se reservó hasta que llegase el período de renegociar sus apoyos.
Lo realmente trágico de este esquema de convertir el "grado cero de la política" (el "Honestismo"como dice Caparrós) en programa, fue que la izquierda política (Frente Grande) adoptó esta estrategia para combatir al menemismo, de modo que su avance electoral se hizo a costa de vaciar su discurso (y su Alianza) de contenido político diferenciado, manteniendo los instrumentos financieros (la Convertibilidad) del vaciamiento económico hasta su hecatombe terminal de Diciembre de 2001. El éxito de consignas como "que se vayan todos" o "la corrupción mata" -originadas en la izquierda trotskysta- es índice de la debacle intelectual y política de ésta, al declamar una retórica clasista y ejercer una práctica pequeño-burguesa.

Conclusión: la tarea delicada frente a la nueva ofensiva por imponer periodísticamente el debate en base al eje "corrupción-honestidad" consiste en "separar la paja del trigo",  no permitiendo que la discusión sobre cuál es el modelo económico (y cuál su mejor agente político) que  permite imaginar un futuro con mejores posibilidades para la mayoría, sea sumergido por un "tsunami" de denuncias periodístico-judiciales de corrupción donde se revuelcan lo real con lo fantasioso.

Parecidos pero no iguales.


Esta ilustración (en realidad un fotomontaje con retoques) fue hecha para esta nota (en realidad una reseña de dos libros).  Lo curioso es que el título de la nota (que se repite en el hilo de la redacción) salió de la idea con la que interpreté la descripción telefónica de lo que mi jefe pensaba escribir. Sinergia periodística, que le dicen
La nota se ocupa de dos aspectos bien diferentes de lo que ocurre al interior de la Iglesia argentina. 
Por un lado, los fenómenos de religiosidad popular que desbordan los marcos intitucionales. Por otro, la diferentes generaciones de intelectuales católicos y su ensamble con la historia del país. La reaccionaria que se encarama en el poder con el golpe del '30; la social que forma el partido Demócrata Cristiano en los '50; la tercermundista de los '60 y '70. 
¿Habrá una generación del papa Francisco?