Es tiempo de cerrar otro año. Como nunca fui bueno haciendo inventarios de todo lo que pasó para balancear, solo voy tomar un acontecimiento significativo de carácter internacional (en Argentina todos sabemos que el tema fue la reelección por abrumadora mayoría de la Presidenta, sobre lo cual habrá muchas ocasiones de volver).

Si por algo se destacó, 2011 fue el año de "el Pueblo ocupando la Plaza Pública"; la revista Time acertó por una vez. En Túnez, en Egipto, en Israel, en Europa y en los Estados Unidos, gente que antes parecía dormida, pusilánime o conformista, de pronto tomó las calles para decir "ya basta".

¿Tuvieron éxito en este emprendimiento sorpresivo y no planificado? Todavía es difícil decirlo. En algunos lugares sus esfuerzos produjeron cambios de maquillaje en los gobiernos mientras lo sustancial del sistema que los impulsó a las calles permanecía tal cual. El voto de las mayorías no activistas le dio una oportunidad a una caterva de tecnócratas o a partidos religiosos que hasta entonces se escondían en las sombras.

En otras partes -como en Libia- el auténtico deseo de un cambio democrático fue aprovechado por una cínica coalición de anticuadas potencias imperialistas para armar la base propagandística de una grosera intervención, enviar armas a reaccionarios monárquicos y obtener un triunfante retorno colonial. Habiendo aprendido la lección en cabeza ajena, el régimen sirio recurrió a métodos bien probados: matar a los manifestantes antes de que tomen impulso.

Incluso en los EE.UU. el desarrollo del movimiento Ocupa Wall Street, que floreció a todo lo ancho del país, no está claro. El aumento de la represión por las autoridades de varias ciudades, junto al clima de la temporada invernal, se combinaron para poner un freno a la presencia de activistas en las calles. Pero, de todos modos, este tipo de acción política no se puede mantener indefinidamente. Por lo menos, no sin un claro objetivo a conseguir.

El año que llega, con su elección presidencial pendiente, mostrará si aquellos alcanzan algún resultado. Sea el "Fin del Capitalismo" (difícil), sea una mejora en la justicia social, o sea -en caso de que fracasen- una represalia derechista. 

Si puedo imaginar algo deseable de conseguir tras toda la lucha, sería que se rompiera el círculo vicioso que liga a la política con los grupos de presión de los ricos, que impiden que la gente obtenga de sus representantes los objetivos para los que los votaron. No es mucho, si se quiere; pero, como dije antes, hay que tener en cuenta al público mayoritario, el cual no está listo para ir tan lejos como la valerosa vanguardia activista. La verdadera prueba para esta última sería mostrarle a las masas un cambio que ellas pudieran entender y mostrárselo como asequible y deseable como una base sana para ulteriores progresos. Con esto en mente, creo que la presión debería enfocarse en la Corte Suprema para que permita las restricciones a las donaciones corporativas que hasta ahora viene rechazando; o -en su defecto- que renuncie.

Esta es la razón por la que elegí la famosa frase del malogrado revolucionario italiano Antonio Gramsci. Encarcelado, aislado de sus seres amados y de sus amigos; torturado por su cuerpo enfermo y por las maquinaciones de sus carceleros, la empecinada voluntad de su indomable corazón mantuvo con vida a su portentoso cerebro, pensando y escribiendo para las generaciones que vendrían después de que su desafortunada y breve vida terminara.

Esperemos que sus herederos en este tiempo tengan la lucidez para elegir atacar las posiciones correctas y el coraje para conquistarlas.

Hace dos décadas, cuando implotó la Unión Soviética, la opinión prevaleciente en la prensa -así como en la academia- era la de que había llegado el tiempo para un mundo unificado o "globalizado".

A tono con ese espíritu, una serie de instituciones y foros "globales" pasaron a estar al orden del día. Algunos de ellos (como la Organización Mundial de Comercio) emitieron regulaciones respaldadas por sanciones, mientras que otros (como el Foro sobre el Cambio Climático o la Corte Penal Internacional) no pudieron evitar ser ignorados por las naciones poderosas, según sus propios intereses. Los escépticos y "globalifóbicos" salieron a las calles a protestar contra este "Nuevo Orden Mundial", que parecía más bien un "mundo para los ricos y exitosos".

Lo que pocos parecían poder decir era cómo se podría torcer esta tendencia. El ingreso de nuevos grandes jugadores (China, India, Brasil, Corea) a la arena global, parecía suficiente evidencia de una tendencia irreversible. De tanto en tanto, una crisis local o regional (México, Rusia, el sudeste asiático o Argentina) salpicaba el cuadro, pero el núcleo de la dinámica económica mundial permanecía intocada. Hasta que lo impensable ocurrió.

Conmunmente se asume que Nouriel Roubini fue el único economista que previó con exactitud la inminente crisis. Puede que esto sea verdad en el corto plazo. Pero otros observadores ya habían descrito los mecanismo por los cuales la continua espiral financiera era insostenible en el largo plazo. Y no sólo entre los grupos trotskystas marginales que suelen predecir un apocalipsis revolucionario todos los años. Mauricio Prelooker (muerto en 2001), un economista autodidacta, que daba cursos en sindicatos argentinos, fue uno de ellos. Entre otras fuentes había estudiado en detalle las "ondas largas" de Kondratieff y los "ciclos económicos" de Shumpeter.

En tanto el ahogo financiero de la Argentina se agudizaba desde 1995, Prelooker abogaba por el uso de una "moneda inconvertible" transitoria que permitiera poner en marcha el aparato productivo estancado para evitar la dolorosa devaluación y el salto al vacío del "default". Tiempo después de que se hicieran realidad ambas amenazas, tuve la ocasión de sacar las consecuencias de sus previsiones en un artículo que publiqué en Abril de 2002. Entre otras cosas decía (disculpen la inmodestia):

La crisis que comenzó en las economías industriales periféricas y tiene al Japón paralizado desde hace años ha sido eludida -hasta ahora- por los Estados Unidos apelando al viejo truco de emprender, una tras otra, sucesivas guerras de alcance limitado. Estas mantienen reanimada por un tiempo su producción industrial con bajo costo político. Pero éste es un recurso limitado y -en la visión de Prelooker- una debacle semejante a la de 1929 está contenida en la naturaleza autodestructiva del capitalismo globalizado. Por eso el futuro cercano es el de un "capitalismo desglobalizado" circunscripto a unos pocos bloques económicos defensivos.
Algunos de estos "bloques defensivos parecen estar en marcha con un diseño más flexible y cuidadoso que los acuerdos globales de "libre comercio con metas de inflación" de décadas anteriores, que resultaron una camisa de fuerza para economías de muy diferentes niveles de tecnología, productividad y recursos. Mientras Obama trata de seducir a sus nuevos socios asiáticos (excluyendo a China), los países de América Latina han venido desarrollando foros económicos y políticos desde los cuales velar por las necesidades de cada miembro (excluyendo a EEUU y Canadá) y sus relaciones mutuas.

Si algo es deseable para Europa (antes de que estalle la violencia callejera que se viene) es que mande al desván el fallido Tratado de Maastrich y lo reemplace por uno más realista con (por lo menos) dos "velocidades".

PD: Por supuesto que cité el párrafo que mejor podía sostenerse después de diez años. Pero ¿qué gracia tendría un blog si no pudiera hacerlo?

PD2: De paso, recomiendo esta entrevista al gran Eric Hobsbawm, quien dice algo muy parecido sobre la globalización y las crisis periféricas de los noventa.

 Esta caricatura la hice algunos meses atrás para ilustrar esta nota, pero no me decidía a postearla hasta que la muerte de Hitchens (un periodista y polemista inglés muy famoso en EE.UU.) me permitió conocer algunos detalles y entender mejor las conflictivas posiciones de este grupo.
Enarbolando el estandarte de la Ilustración y usando a Darwin como ariete contra el retorno de la religión a las aulas (como teoría del "Diseño Inteligente" de la vida), estos ateos militantes (el término inglés "atheists" es más gráfico de su actitud) son, sin embargo, defensores del liberalismo económico y en algunos casos -el de Hitchens en particular- de la criminal intervención militar norteamericana en Irak y contra toda "tiranía opresiva"(es decir, islámica).

La parábola de Hitchens era un acertijo: de militante de un partido trotskista inglés a la Casa Blanca de Bush Jr., su punto de inflexión parece haber sido la hesitante respuesta de la izquierda europea ante la "fatwa"(condena a muerte) lanzada por el ayatolla Jomeini contra el escritor Salman Rushdie en 1989 por sus ofensas al Islam. Su sentido de urgencia parece haber sido tan apremiante que en 1990 se había opuesto a la primera (y legítima) Guerra del Golfo, cuando Hussein era el dique (dictadura laica) contra el fundamentalismo religioso iraní. En 2003, en cambio, parece haberse convencido de la necesidad de empezar en Irak con la tarea de llevar "la Libertad y la Democracia" a todo el Medio Oriente. El resultado, ya sabemos, fue la muerte de cientos de miles de vidas inocentes, el caos y el florecimiento del terrorismo fundamentalista, precisamente allí donde antes no existía o estaba reprimido.

Ya dos años atrás me había sorprendido la agresividad con la que estos modernos darwinianos atacaban a la religión y las "pseudociencias" (incluídos Freud y Marx). Una serie de conferencias en Chile para el aniversario de Darwin lo ponían bien en claro. Así, la inventora de la "Psicología Evolucionista" Leda Cosmides, pretendía explicar las conductas económicas del presente como la herencia genética de la especie durante el proceso de hominización por selección natural: los hombres salen a "cazar" negocios mientras las mujeres "recolectan" compras en el shopping. El ridículo postulado remataba con el consejo de que "cambiar el mundo está bien, pero teniendo en cuenta a Adam Smith antes que a Marx". Para mí, esto es "darwinismo social" disfrazado; Spencer, no Darwin.


Durante el siglo siguiente a la publicación de "El Origen de las Especies", el Evolucionismo había sido abrazado por el movimiento socialista como fundamento científico del cambio social progresivo. La religión quedaba relegada a los reaccionarios e hipócritas. Pero con la expansión colonial del Imperialismo algo cambió: las ganancias obtenidas con la explotación de los recursos de las colonias pudo empezar a gotear hacia los obreros de los países centrales mientras los "pueblos atrasados" eran explotados con la excusa de llevarles "la civilización" con la complicidad de una casta local privilegiada.
Con el tiempo, surgieron grupos intelectuales que buscaron una vía independiente para democratizar las ventajas tecnológicas occidentales. Frente a la alianza de las élites indígenas con las potencias capitalistas, quedaban dos opciones: alguna forma de nacionalismo laico-socialista o un renacimiento religioso modernizante.

En ninguna parte este conflicto fue más claro que en Medio Oriente. Durante las décadas del 50 al 70 los intentos del primer tipo fueron implacablemente combatidos por Occidente; desde el moderado Mossadegh en Irán hasta el belicoso Nasser en Egipto, mientras se financiaba a sus adversarios religiosos. El resultado fue el florecimiento del sectarismo religioso islámico: Khomeini, la Hermandad Musulmana, Hamas, Hezbolla, el Talibán, Al Qaeda, etc. y un renacimiento paralelo del fundamentalismo "judeo-cristiano" en Occidente, teorizados oportunamente como "Choque de las Civilizaciones".

Gente como Hitchens y sus amigos neo-darwinistas se sintieron honestamente horrorizados por la perspectiva de ser barridos por el tsunami religioso y salieron a luchar por la herencia de la Ilustración sin dejar de ponerse del lado del Imperialismo y el Capitalismo Globalizado contra el terrorismo islámico. Su ceguera les impide ver su parte de responsabilidad en la radicalización de las masas bombardeadas ante la continua agresión recibida. El fracaso de los "Nuevos Ateos" es el de quienes quieren comer la torta y conservarla entera. Es decir: disfrutar de los beneficios del Capitalismo Globalizado y conservar impoluto el pensamiento libre al mismo tiempo.