En estos meses muchos cambios ocurrieron en la Argentina, así como en el diario Río Negro. De modo que se ha vuelto muy difícil mantener una rutina predecible. Trataremos de ir ajustándonos a los cambios ("cambio" y "ajuste" parece que serán los temas dominantes en los meses venideros).
Para ir retomando la actividad bloguera, comienzo por la ilustración de esta nota de un columnista que permite calibrar una perspectiva liberal sin los costurones que suelen mostrar los textos de los operadores "a sobre".
Puede ser que cuando el viejo Fidel se encuentre con Francisco recuerde a los jesuitas que lo educaron en sus años de estudiante. O puede ser que recuerde a otros argentinos que jugaron un papel clave en su vida. El "Che" Guevara, por supuesto. Pero también Jorge Masetti y Rodolfo Walsh. Masetti fue el primer periodista que lo entrevistó en la Sierra Maestra y luego armó la agencia Prensa Latina, logrando la colaboración de firmas como García Márquez, Jean-Paul Sartre o Charles Wright Mills. Walsh -que era un dotado escritor de cuentos policiales- fue capaz de decifrar los mensajes interceptados que le permitieron prepararse para la frustrada invasión a Playa Girón. 
Tal vez piense Fidel en esos extraños argentinos que lo ayudaron a sobrevivir a los intentos de acabarlo para llegar a convertirse en una leyenda viviente, al precio de perder su propia vida. Y ahora, al fin de la jornada,  tenía que ser este cura inusual el que le ayude a obtener el reconocimiento norteamericano de la realidad cubana. Esperemos que esta vez la ayuda no tenga que pagarla con su vida.
De vez en cuando un diario de tradición liberal puede darnos la agradable sorpresa de sacar un poco la cabeza del pantano de la conveniencia política inmediata y darle una oportunidad al pensamiento.

La semana pasada me encargaron esta caricatura para el suplemento Debates, dedicado a una entrevista con Horacio Tarcus a propósito de la publicación de una antología de textos del filósofo de Treveris, seleccionada y prologada por el respetado investigador argentino.

La conversación tiene varios párrafos interesantes, de los cuales elijo éste como muestra:

En el siglo XX, los seguidores de Marx, los que hacen política con las teorías de Marx, necesitan armar sistemas, convertir preguntas en respuestas. Las lagunas que Marx deja –y las tuvo, porque no encuentra respuestas a esto o aquello o a ciertos problemas– para esos seguidores deben ser llenadas, tienen que ser resueltas.
No es muy conocido que la Argentina (junto a República Dominicana) es el único país del continente que no tiene un sistema institucionalizado de debates públicos entre candidatos presidenciales. En esta nota se mencionan algunos proyectos de ley para lograrlo.
La verdad es que no tengo ni idea de lo que diría el "Padre del Aula" de las pruebas PISA. Pero en este artículo (y sus notas complementarias) se elogia un libro que hace una pormenorizada evaluación de los cambios ocurridos en las escuelas de varios países latinoamericanos durante las últimas décadas.
El suplemento Debates del diario Río Negro ha elegido entrevistar al historiador Fabián Harari para caracterizar la Revolución de Mayo (ver aquí). Elección sugestiva, tratándose de un historiador definidamente de izquierda (Harari es miembro del colectivo "Razón y Revolución" perteneciente al Partido Obrero) y de un diario que en los últimos años ha estrechado el abanico de opiniones publicadas en sus páginas a un espectro de sesgo fuertemente liberal.

Harari presenta un panorama de la época que se aleja tanto de la visión patriótica o revisionista tradicionales (Mayo como expresión de un "ser nacional" embrionario conducido por hombres providenciales) como de la posmoderna, más reciente (Mayo como puro efecto de la invasión napoleónica y acefalía de la monarquía española; cambio más formal que estructural). Frente a ambas, Harari enfatiza el registro de un programa intelectual y político preexistente que (desde la movilización popular provocada por la Invasiones Inglesas) busca fortalecer la posición de la burguesía agraria (básicamente ganadera) criolla frente a la clase mercantil monopolista y la burocracia estatal peninsulares. 
En función de esos intereses, el investigador destaca las intervenciones periodísticas de los protagonistas, reclamando la facilitación para los hacendados del control de la mano de obra que necesitan (sobre todo los poseedores de alguna especialización poseían gran capacidad de negociación frente a sus empleadores). También es interesante su apunte a la existencia de una numerosa milicia que conservaba sus armas y deliberaba para elegir a sus jefes en un escenario de dispersión del Poder poco imaginable hoy en día (como si 850.000 porteños se llevaran las armas a su casa y eligieran a sus oficiales). Para Harari esto ya indicaba el quiebre del Estado y la crisis de hegemonía subsecuente a las Invasiones.

No diría que estoy en desacuerdo con esta caracterización, pero sólo le objetaría ser un poco rígida y compartimentada. Creo que le falta tener en cuenta (como lo hacía Milcíades Peña) que, si bien la burguesía agraria o los hacendados tenían su fuente de producción y  principal obtención de rentas en el campo, su residencia estaba en la ciudad y su enfrentamiento con el sector comercial monopolista también se producía por su participación en la actividad mercantil ilegal. 
Más tarde esta "multi-implantación" del sector superior de la burguesía criolla en las distintas ramas económicas se completaría con su asociación con el capital bancario extranjero. En este sentido, las figuras exclusivamente mercantiles porteñas que en una segunda etapa concentrarían las iras de la historiografía revisionista (Rivadavia, Mitre) son más bien una excepción que la regla.
Entre Marzo y Abril de 1925, Albert Einstein estuvo durante cuatro semanas en la Argentina, cumpliendo con un exhaustivo programa de conferencias, entrevistas periodísticas y agasajos sociales. 
No, no se encontró con Carlos Gardel, pero sí recorrió el mercado de Abasto; así que tan improbable no es mi ilustración de este artículo publicado en Río Negro. 
La nota se ocupa principalmente de las (grandes) repercusiones sociales y mediáticas y  de las (escasas) que tuvo su visita en un ambiente académico dominado todavía por una tradición científica positivista, poco dispuesta a entender una teoría del mundo físico que cuestionaba algunos de sus presupuestos.
Un registro más extenso y detallado de las actividades (y anotaciones privadas) de Einstein que registran esas jornadas pueden leerse con provecho en este otro artículo, que es una de las fuentes del que yo ilustré.
Varias "curiosidades" pueden notarse en este último texto. Una de ellas es que la "relatividad" fue mejor recibida en el ambiente literario y filosófico que en el científico (y que el primer intelectual argentino en conocer a Einstein en Europa y escribir sobre él fue nadie menos que Leopoldo Lugones). 
Otra es que durante su estadía, el visitante tuvo oportunidad de enterarse (y festejar) de la creación formal de la Universidad Hebrea de Jerusalén, para la que recaudar donaciones fue uno de los motivos de su viaje (para quienes conocimos la derechización de esa institución ya en los '70 no es fácil concebir que sus impulsores de entonces la veían como una expresión de colaboración con la convivencia pacífica y -de hecho- en 1947 propondrían a las Naciones Unidas la creación de un único Estado Binacional palestino  en el territorio bajo Mandato británico).
En lo personal, no puedo dejar de asociar esa visita (y los acaudalados anfitriones que lo hospedaron) con mis abuelos que en ese mismo año estaban luchando por juntar unos mangos para traer a sus familias desde sus pueblos (en lo que hoy se llama Belarus) que habían quedado tras la Gran Guerra en poder de una Polonia independizada y estrechamente nacionalista.
Acercándose el centenario del primer gran genocidio del Siglo XX (cuya impunidad fue modelo para los que vinieron después) la disputa sigue sin solución. Como se puede leer en este artículo, Turquía se obstina en negar su responsabilidad y por buenas "razones": hay una lista de familiares de las víctimas esperando para reclamar indemnizaciones (como Alemania hizo con las víctimas de la Shoá). Pero si durante décadas su situación estratégica frente a la URSS la protegió ante las naciones occidentales (el realismo geopolítico, ya se sabe, acalla los escrúpulos humanistas) la situación ya no  es la misma. Turquía aspira a ser admitida en la Unión Europea y no es fácil silenciar los reclamos cuando el "cuco" comunista ya no existe.

El diario Río Negro me encargó una nota y una ilustración urgentes para la sección Debates sobre la masacre parisina. La idea para la ilustración (que contó con la inestimable colaboración del gran Escher) me la dio mi esposa.  Este es el texto de la nota:

El horroroso atentado contra el semanario parisino "Charlie Hebdo" convoca imágenes de violencia e intolerancia inasimilables. La reacción masiva en las calles enarbolando pancartas con la proclama "Yo soy Charlie" expresa un desesperado llamamiento en defensa de las libertades públicas ciudadanas; la de expresión en primer lugar. Más que una defensa de la democracia, una de la modernidad frente al ataque (presunto) del totalitarismo religioso radicalizado.

Sin embargo, la historia de la sátira política francesa no ha sido casi nunca plácida. Desde que en 1830 Charles Philipon debió justificar ante los jueces su caricatura del rey Louis-Philippe como una pera ("tonto" en el argot popular), los humoristas franceses compartieron los avatares de la agitada vida política del país. Si el gran Daumier eludió la censura abocándose a los temas sociales de la Comedie-Humaine, sus colegas más jóvenes tuvieron que afrontar la censura bonapartista del Segundo Imperio y aun pagaron su cuota por participar en la Comuna de 1871.

Pero asimismo, el antisemitismo desatado por el affaire Dreyfuss tuvo un vocero en el talentoso Caran d'Ache. Es que, aunque luego fuera empequeñecido por sus émulos nazis, también el racismo derechista francés sentó las bases ideológicas para las hecatombes del siglo XX. No es la menor de las ironías trágicas de este asesinato masivo que el objeto de odio del islamismo radical hayan sido los portadores de los ideales iconoclastas del Mayo del '68; aquellos jóvenes que buscaron llevar la imaginación al Poder, conmoviendo las bases de un país "aburguesado".

¿Cómo es que aquellos jóvenes izquierdistas -hoy consagrados profesionales- terminaron siendo las víctimas del odio al republicanismo heredero del racionalismo y la revolución burguesa de 1789? Y eso mientras el voto popular se vuelca más y más hacia la derecha islamófoba y se refugia en el propio particularismo religioso. Y es difícil considerar los efectos de la radicalización religiosa islamista (de jóvenes ciudadanos franceses) sin hacerlo con el "choque de civilizaciones" anunciado al cabo de la Guerra Fría, cuando supuestamente habíamos llegado al fin de la historia.
Fue en esos primeros años de la década del 90 que el sociólogo Olivier Mongin registró que bajo el "discurrir de un río plácido" al que creía haber llegado, la sociedad francesa incubaba una violencia que ya no se manifestaría como confrontación entre estados, sino como violencia "introyectada" y particularista, provocada por un "miedo al vacío" antes desconocido. Los fuegos encendidos en Medio Oriente encontrarían material propicio en los millones de jóvenes inmigrantes trabajadores provenientes del norte de África marginalizados en las "banlieues", los no-lugares de una sociedad indiferente a la inclusión y el reconocimiento de las diferencias. 
Lo que pudo haber empezado como reivindicación cultural moderada (como el uso del pañuelo en las niñas) acabó transformándose en reivindicación de valores anacrónicos, asumiendo una tradición mistificada por el odio y el desprecio.