
Ilustración para
un artículo bastante sensato que se ocupa de la histeria estimulada por los medios (con una ayudita de la OMS) sobre el brote de gripe por virus A H1N1 (mal llamada "gripe porcina"). La desproporción entre los alcances de este brote y su repercusión mediática resalta cuando contrastamos las cifras de víctimas presuntas o confirmadas de esta supuesta "pandemia" con los millones enviados al abismo por la crisis capitalista financiera.
El contraste se hace más brutal aún si damos una mirada retrospectiva a la
performance histórica del siniestro virus. Un dato interesante al final de la entrada en la Wikipedia es que hace pocos años el bicho no estaba a mano de los científicos; así que con mucho esfuerzo y dedicación ¡lograron recrearlo! Justo a tiempo, como si hubieran sabido que estaba por volver...¿o será que volvió porque ellos lo trajeron?
No, me niego a las teorías conspirativas. Sobre todo, en cuanto al papel de los medios (que me parece más importante que la efectividad del virus). Mi postura es que no es necesario imaginar una decisión consciente de los medios para explicar su morbosa tendencia a difundir noticias aterrorizantes.
Si en 1918-19 -cuando la entonces llamada "Gripe Española" se volteó de 50 a 100 millones de sujetos- no provocó un caos mundial, fue porque la sociedad burguesa se sentía lo suficientemente fuerte, todavía, como para ejercer el control social por la fuerza. Los desafíos revolucionarios eran marginales y circunscriptos. Rusia se debatía en la Guerra Civil, el asesinato de los Espartaquistas alemanes o la Semana Trágica argentina fueron más exhibiciones de represión impiadosa que de real peligro revolucionario.
Veinte años después, en 1938, bastó un programita radial del pícaro Orson Welles (La Guerra de los Mundos) para provocar corridas y suicidios. ¿Qué había cambiado en ese lapso?. Pues, que hacía nueve años que el Capitalismo se debatía sin poder salir de la recesión iniciada con el Crack del '29, mientras que las dictaduras estatistas de Hitler y Stalin crecían a marchas forzadas. En ese ambiente de incertidumbre sobre el futuro, el público y el periodismo (tanto los propietarios de medios como sus escribas asalariados) tendían naturalmente a magnificar cualquier dato que reforzara su estado de ansiedad crónica.
Volviendo a nuestra circunstancia actual deberíamos distinguir dos grandes períodos.
Primero, el de la Guerra Fría, en el que el mundo de la posguerra experimenta un largo período de expansión industrialista con grandes masas de trabajadores incorporados al consumo masivo (la Demanda) gracias a salarios crecientes y servicios prestados por los Estados benefactores. En este período la literatura terrorista tiene una moderada "temperatura" media constante en el género de la Ciencia Ficción, los platos voladores y la posible Guerra Nuclear, siempre pendiente y siempre postergada. Con esto bastaba para asegurarse el control social. Este período llega hasta mediados de los '70.
El segundo período se inicia por causa de una de esas antipáticas "leyes intrínsecas" del Capitalismo con las que fastidian esos fracasados resentidos lectores de Karl Marx: la llamada "tendencia a la tasa decreciente de ganancia". Si los salarios crecían para que los trabajadores pudieran consumir, la tasa de ganancia por unidad era menor y los empresarios tenían que vender más unidades para compensar. Se buscan salidas, entonces, para recomponer la tasa de ganancia, mejorando las condiciones de la Oferta, a lo Milton Friedman. Disminución de impuestos al Capital, achicamiento del Estado, reducción de puestos asalariados, expansión del crédito y liberación de flujos financieros. El nuevo esquema dio sus pasos iniciales, ya con Nixon, con el abandono del Patrón Oro como respaldo del Dólar y la cotización en la Bolsa de bienes intangibles, como los propios servicios financieros. Se afianza definitivamente en la era de Reagan y Thatcher, gracias a la Revolución digital, las comunicaciones y la robótica, que sitúan a los asalariados en una posición de debilidad frente a la velocidad con la que los capitales pueden trasladarse de una punta a otra del globo. Un elemento secundario de este esquema fue que las ganancias futuras supuestas de las inversiones se alejaban cada vez más de la posibilidad de realizarse en la economía "real". Por eso se pasa por sucesivas burbujas especulativas en distintos sectores hasta culminar en la debacle actual. Es el período en el que lo único constante es la incertidumbre.
Mi hipótesis es que paralelamente al crecimiento de la incertidumbre económica -y sobre todo desde el fin de la Guerra Fría- se multiplican los motivos de noticias aterrorizantes. Algunos serios, como el Sida, otros fantasiosos, como el Choque de Civilizaciones, un asteroide cataclísmico, una erupción gigantesca, tsunamis y una pandemia nueva por año. Sin olvidar, claro, la dosis semanal de una nueva fobia catalogada de la que podemos ser portadores sin saberlo. Cuanto más se expande el terror (ayudado por el testimonio autorizado de asalariados científicos encantados de aumentar la importancia de su especialidad) más es mantenida la población en un estado infantil de dependencia estupefacta. Los periodistas están inmersos en ese ambiente y sujetos a la misma fascinación morbosa que sus lectores. Por eso el terror es y seguirá siendo por un buen tiempo, el plato nuestro de cada día.
La ilustración estuvo inspirada en
esta fotocomposición.