Este dibujo tiene casi cinco años. Fue hecho para esta nota de Eduardo Basz sobre Quebracho, grupo que por entonces reivindicaba todas las corrientes "antiimperialistas" posibles. Incluyendo el "nacionalismo revolucionario" al que se habían vinculado a través de Norma Plá, la activista de los jubilados. El propio Rico se encargaría -integrándose al aparato duhaldista- de demostrar lo absurdo de amalgamarlo con la retórica guevarista.
Se produjo, por lo tanto, una escisión "marxista" en el grupo con el nombre de "Resistencia Lautaro" el cual, finalmente, confluiría con otros sectores en el Frente de Acción Revolucionaria (FAR), responsable del "valeroso" ejercicio "revolucionario" del domingo pasado.
Pese a la depuración doctrinaria, esta rama mantiene varios de los rasgos característicos de su tronco originario señalados en la nota:
1) Primacía de la "acción" sobre la "teoría".
2) Referencia al modelo de la Intifada sobre el de la guerrilla urbana tradicional.
3) Inserción en los movimientos sociales de desocupados, en calidad de "refugiados".
No es sorprendente, entonces, que la "gimnasia revolucionaria" de este grupo haya tomado como motivación destacada la del combate contra "el opresor sionista", es decir, en la práctica, contra aquellos integrantes de la comunidad judía que se vinculan emocionalmente con el Estado de Israel. No es el caso ahora de elucidar lo correcto o erróneo de adoptar tal o cual postura política sobre el conflicto de Medio Oriente (lo hemos discutido abundantemente durante el ataque a Gaza) sino los roles que se están jugando en el damero local.
El acto que fue objeto de la incursión del FAR estuvo organizado por la administración municipal en el marco de un programa cultural dirigido a las distintas comunidades inmigrantes. La seguridad era, por lo tanto de su responsabilidad (¿cómo sabía el grupo activista que la estación Perú del subte no sería clausurada?).
Los dirigentes comunitarios y los responsables de la embajada tampoco ignoraban el riesgo involucrado y la existencia de la disputa del Gobierno de la Ciudad con el de la Nación por la conducción de la Policía Federal y abonaron a la misma (las primeras declaraciones apuntaron a la presunta inacción policial). La dirigencia comunitaria de representatividad más discutible en años parece haber encontrado una vía cómoda para legitimarse recostándose en el humor social crecientemente opositor de las capas medias porteñas y en la adhesión acrítica a las políticas de cada gobierno israelí, borroneando, de este modo, la distancia insalvable y necesaria entre un Estado soberano extranjero y una comunidad integrante de la ciudadanía argentina. Es significativo que los primeros informativos televisados del incidente llevaran el pie de pantalla "ataque antisionista" para rápidamente cambiar a "ataque antisemita".
El FAR y otros grupos que se reivindican marxistas han encarado la lucha por los derechos del pueblo Palestino (entre tantos otros existentes en el mundo) como sucedáneo de la lucha de clases en los términos en que ella ocurre realmente en la Argentina en este momento. Indudablemente, no tendría la misma repercusión una acción equivalente por los derechos de la minoría Tamil en Sri Lanka al carecer de una comunidad de ese origen con presencia notoria en el país. Se tiene, por lo tanto, un blanco accesible de clase media urbana que genera fuerte resonancia y refuerza la apelación de estos grupos entre los sectores sociales más postergados. En cambio, es indetectable su definición en cuanto a la disputa por el modelo de apropiación de la renta agrícola cuyo desenlace afecta de modo mucho más directo el nivel de vida de quienes pretenden representar.
Sean ciertas o no las insinuaciones del ministro Aníbal Fernández de que los dirigentes de estos grupos cuentan con respaldo de intereses oscuros, lo cierto es que ellos han optado por una estategia de inserción social a cuenta de los déficit de las políticas gubernamentales para integrar al núcleo duro de la pobreza en los beneficios del crecimiento económico sostenido por varios años. Esas políticas se han limitado al subsidio de necesidades básicas de subsistencia de ese sector pero han dejado la distribución y la organización social en manos de quienes no dudan en usar esos recursos para sumarse al desgaste del gobierno.
Para una visión binaria del conflicto social, siempre será más cómodo enfrentarse a un Estado claramente retrógrado que a uno confusamente ambiguo y complejo como el actual.
Se produjo, por lo tanto, una escisión "marxista" en el grupo con el nombre de "Resistencia Lautaro" el cual, finalmente, confluiría con otros sectores en el Frente de Acción Revolucionaria (FAR), responsable del "valeroso" ejercicio "revolucionario" del domingo pasado.
Pese a la depuración doctrinaria, esta rama mantiene varios de los rasgos característicos de su tronco originario señalados en la nota:
1) Primacía de la "acción" sobre la "teoría".
2) Referencia al modelo de la Intifada sobre el de la guerrilla urbana tradicional.
3) Inserción en los movimientos sociales de desocupados, en calidad de "refugiados".
No es sorprendente, entonces, que la "gimnasia revolucionaria" de este grupo haya tomado como motivación destacada la del combate contra "el opresor sionista", es decir, en la práctica, contra aquellos integrantes de la comunidad judía que se vinculan emocionalmente con el Estado de Israel. No es el caso ahora de elucidar lo correcto o erróneo de adoptar tal o cual postura política sobre el conflicto de Medio Oriente (lo hemos discutido abundantemente durante el ataque a Gaza) sino los roles que se están jugando en el damero local.
El acto que fue objeto de la incursión del FAR estuvo organizado por la administración municipal en el marco de un programa cultural dirigido a las distintas comunidades inmigrantes. La seguridad era, por lo tanto de su responsabilidad (¿cómo sabía el grupo activista que la estación Perú del subte no sería clausurada?).
Los dirigentes comunitarios y los responsables de la embajada tampoco ignoraban el riesgo involucrado y la existencia de la disputa del Gobierno de la Ciudad con el de la Nación por la conducción de la Policía Federal y abonaron a la misma (las primeras declaraciones apuntaron a la presunta inacción policial). La dirigencia comunitaria de representatividad más discutible en años parece haber encontrado una vía cómoda para legitimarse recostándose en el humor social crecientemente opositor de las capas medias porteñas y en la adhesión acrítica a las políticas de cada gobierno israelí, borroneando, de este modo, la distancia insalvable y necesaria entre un Estado soberano extranjero y una comunidad integrante de la ciudadanía argentina. Es significativo que los primeros informativos televisados del incidente llevaran el pie de pantalla "ataque antisionista" para rápidamente cambiar a "ataque antisemita".
El FAR y otros grupos que se reivindican marxistas han encarado la lucha por los derechos del pueblo Palestino (entre tantos otros existentes en el mundo) como sucedáneo de la lucha de clases en los términos en que ella ocurre realmente en la Argentina en este momento. Indudablemente, no tendría la misma repercusión una acción equivalente por los derechos de la minoría Tamil en Sri Lanka al carecer de una comunidad de ese origen con presencia notoria en el país. Se tiene, por lo tanto, un blanco accesible de clase media urbana que genera fuerte resonancia y refuerza la apelación de estos grupos entre los sectores sociales más postergados. En cambio, es indetectable su definición en cuanto a la disputa por el modelo de apropiación de la renta agrícola cuyo desenlace afecta de modo mucho más directo el nivel de vida de quienes pretenden representar.
Sean ciertas o no las insinuaciones del ministro Aníbal Fernández de que los dirigentes de estos grupos cuentan con respaldo de intereses oscuros, lo cierto es que ellos han optado por una estategia de inserción social a cuenta de los déficit de las políticas gubernamentales para integrar al núcleo duro de la pobreza en los beneficios del crecimiento económico sostenido por varios años. Esas políticas se han limitado al subsidio de necesidades básicas de subsistencia de ese sector pero han dejado la distribución y la organización social en manos de quienes no dudan en usar esos recursos para sumarse al desgaste del gobierno.
Para una visión binaria del conflicto social, siempre será más cómodo enfrentarse a un Estado claramente retrógrado que a uno confusamente ambiguo y complejo como el actual.
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